Creo que nada de esto hubiera tenido ninguna gracia si me hubieran llamado a casa. Después de colgar, al ir a sacar una cerveza, me habría encontrado con Antonio en modo imán en la puerta del frigo. Le habría dicho: Lo conseguiste, conseguiste que escribiera una novela.
La voz de Antonio siempre, con tono de guía espiritual, repitiéndome: Bono, escribe novela, Bono...
Y habría abierto una cerveza apuntado hacia mis irrenunciables enmarcados: Va por vosotros.
Así, sin exclamación.
Porque sé que los lunes volverán a ser los mismos, lunes sin ruido, lunes run-run de lavadora y de sentarse a podar palabras. Esos lunes idénticos que tanto me gustan.
Pero no, nos enteramos todos a la vez bebiendo cerveza y recién acabados de brindar por Diego. Qué suerte tengo.
Y ahora, a esperar otra vez a que el silencio me dicte y lo lento me gane.
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