pedazos de una vida

Como tengo la cabeza a pájaros, olvidé subir en su día esta crítica que hizo Juan Marqués en el ABC.
Gracias, como siempre.

PEDAZOS DE UNA VIDA
Quienes conocen la siempre breve pero ya extensa obra poética de Isabel Bono (Málaga, 1964) están familiarizados con la sensibilidad de calidad que ella ha desplegado en sus versos, con esa bondad inteligente, con su envidiable capacidad de observación y descodificación de la realidad (y su realidad incluye también, casi con preferencia, lo que sucede por dentro de nosotros, en nuestras fantasías, frustraciones y anhelos). Esas mismas características han saltado ahora a la que se presenta como su primera novela (no lo es, pero es verdad que con Una casa en Bleturge comienza claramente algo nuevo, aunque tanto en estructura como en espíritu se parece a Ciego montero, ¿dónde te metes? (su debut narrativo de 2002), una narración hipnótica pero cotidiana, extraordinaria aunque doméstica, fantástica en su puntería para explicar la psicología de personajes “normales”. Fragmentaria, por supuesto, pero completa.

Al comenzar el relato, un niño ha muerto por un descuido, y esa tragedia ha triturado la vida de sus padres y de su hermana. La narración se centra en la mujer, que ha de gestionar su dolor sin descuidar las otras regiones de su vida, y entre ellas el cuidado de su propio padre enfermo, el rencor y el desapego que su marido siente hacia la hija superviviente, los silencios espesos, los paseos y lecturas en busca de sentido, la perplejidad general ante un mundo que, indiferente, continúa con su movimiento frenético, con sus afanes superficiales. Con una prosa tan eficaz como sencilla, y a través de pequeños capítulos con título que cuentan una anécdota, una intuición, un recuerdo, un sentimiento parcial (en los dos sentidos del adjetivo), Una casa en Bleturge exhibe una sabiduría abrumadora y constituye una lección narrativa necesaria por diferente, por reveladora, por el modo lírico en que intenta ordenar lo que por naturaleza es caótico e inaprensible.

“Lo mejor de una habitación de hotel es que nada es tuyo”, piensa la protagonista, y ese sentimiento de no pertenencia, de extrañeza (y su celebración secreta), se extiende a todo lo demás, y a la propia vida, convirtiéndose en una especie de extranjería metafísica. Una casa en Bleturge es una novela atravesada por una nítida consciencia de que estamos vivos y por el aturdimiento extremo que provoca el no saber qué hacer con esa verdad, a ratos maravillosa y a veces insoportable. El estupor expresado en algunas páginas convive con la lucidez despejada de otros (“Amar es muy fácil. Se ama o no se ama, te aman o no te aman. El amor con esfuerzo no es amor. Si cuesta amar, si uno se propone amar o que lo amen, no es amor”), y mientras la joven llega a preguntar a su madre “¿Te imaginas qué suerte si fuéramos creyentes?”, ésta es incapaz de dejar de contemplar las flores de un lugar que no existe (las flores de Bleturge, un lugar sobre el que no podemos añadir mucho más, y no porque no queramos desvelar nada de la trama –no es ésta una novela de sorpresas, al menos en el sentido convencional de la palabra–, sino porque realmente no se puede decir mucho más acerca de ese enigmático y sugerente topónimo). El título de esta “casi ópera prima” es, en ese sentido, muy significativo, porque Isabel Bono ha acertado con él a resumirla, delatando que se trata de una mezcla perfecta de cotidianeidad y magia, de lo inmediato y lo inalcanzable, y la fotografía de la cubierta (obra de la propia autora) es también, en su extrema “normalidad”, todo un aullido que delata una ausencia, o tal vez la presencia de un fantasma que, si bien ha despedazado irreversiblemente algunas vidas, ha enseñado a otros a vivir mejor, aunque tal vez no en el mundo material, físico, visible… sino un poquito más allá, siempre en otro sitio.

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