la felicidad de gritar

A veces recibo mails que no puedo guardarme. Saldría a la terraza a gritarlos para que los que pasean a sus perros levantaran la cabeza.

Hoy, me dice mi queridísima Itzíar Mínguez:
"Estoy
flipando
con
tu
novela.
Uf.
A ver
cómo
salgo
de ahí."

Me viene, de repente, la imagen de unas hojas asomando entre dos ladrillos, de un insecto que tiembla en la yema de mi dedo, recién salvado de un vaso de vino, de una mujer con una maleta camino de la estación.

O gritar para desahogarse, como hace mi madre cuando pasa por el túnel de la alcazaba. Gritar aunque nadie pueda oírte, precisamente cuando nadie pueda oírte.

Siempre hay salida.

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